PROMOVER EL ESTATUS PROFESIONAL DE LOS DOCENTES
"El docente vive la contradicción de un profesional desprofesionalizado, o dicho de otra forma: se enfrenta a unas expectativas de las que se suprimen las condiciones de profesionalidad"
"El docente vive la contradicción de un profesional desprofesionalizado, o dicho de otra forma: se enfrenta a unas expectativas de las que se suprimen las condiciones de profesionalidad"
La sensación de maltrato profesional y laboral de los
docentes es una expresión constante en las reuniones que habitualmente mantengo
con docentes de educación secundaria. Son profesores modélicos, que siguen
interesados en la innovación y la formación, pero que manifiestan su
incomodidad con el trato que reciben de las administraciones o de sus
patronales. Parece evidente que se está produciendo una pérdida de autoestima
profesional en buena parte del profesorado, que es sensible e interioriza, sin
duda amplificándola, una indiferencia social sobre su tarea.
Una de las más graves interferencias en el ámbito de la
profesionalización se produce en el campo de la asignación de las tareas que se
les encomiendan. Si no existe un acuerdo básico, claro, sobre las funciones que
les son propias, su vida profesional estará llena de ambigüedades, de
imprecisiones y de frustraciones, difíciles de superar. Los docentes corren el
peligro de convertirse en profesionales sin profesión.
El profesor se halla inmerso en un proceso
que apunta en dos direcciones bien delimitadas: una sobreabundancia (por
acumulación) de funciones y una deslegitimación para asumirlas como cometido
profesional propio. El resultado es esa imagen del profesor de nuestros días,
agobiado por múltiples y variadas tareas (no pocas de ellas estrictamente
burocráticas), e inseguro de lo que hace en cada una de las mismas. No en vano,
la escuela aparece cada vez más como una institución residual: a ella parece
confiársele, si bien no del todo, aquello que para otras instituciones resulta
ser poco relevante. Con lo cual, la del profesor acaba siendo una profesión a
la expectativa.
La cambiante atribución de competencias,
especialmente aguda en momentos de modificación del sistema productivo, la
variación de las organizaciones que asumían responsabilidades de educación
moral y cívica y la alteración de la dinámica cultural, por la intervención
masiva de los medios de comunicación, convierte el universo educativo en un mar
sometido a flujos y reflujos. El profesor asiste perplejo a los sucesivos
oleajes de demandas sociales.
¿A qué me dedico?, se pregunta el profesor.
¿Hasta dónde llegan mis posibilidades en un ámbito, el de la racionalidad
material, que tradicionalmente se ha adquirido a través de la comunidad? ¿Cómo
es posible intervenir frente a los poderosos instrumentos capaces de crear,
controlar e imponer una opinión pública en asuntos de preferencias en temas de
valor?
El profesor autónomo y responsable, primer
rasgo de la profesionalidad, es opuesto al profesor funcionario o empleado,
sometido a un aparato administrativo o empresarial, que regula todas sus
atribuciones y al que está supeditado. Parece que lo único importante que se le
pide es que sus alumnos tengan buenos resultados en las evaluaciones de
rendimiento escolar. Muchos desajustes personales, muchas disfunciones docentes
nacen de estas situaciones, que, por supuesto, no tienen el mismo impacto en
todos los niveles en los que el profesorado está dividido.
No
acaban aquí los desequilibrios que repercuten en el malestar docente que
dificultan el ideal del profesionalismo y que perturban su actividad. La extracción
social del profesorado, la feminización del colectivo, la degradación del sus
condiciones laborales, la ruptura de las tradiciones corporativas, la ausencia
de mecanismos justos de evaluación del rendimiento, los criterios de acceso a
los cuerpos docentes (nivel de las pruebas y el rango de los conocimientos
exigidos), etc. son elementos sintomáticos que demuestran la existencia de
distintos factores que pueden servir para explicar el problema.
El docente vive la contradicción de un
profesional desprofesionalizado, o dicho de otra forma: se enfrenta a unas
expectativas de las que se suprimen las condiciones de profesionalidad. Por
ello, el momento no es el más idóneo para exigir nuevas demandas, y menos en un
contexto en que se está produciendo un empeoramiento de sus condiciones de
trabajo.
Un camino de solución pasa por producir una
redefinición de su estatus profesional, basándose en los tres elementos: autonomía,
implicación y voluntariedad. Si este proceso se produce de manera
suficiente, se reorganizará la corporación profesional, lo que puede suponer
que el colectivo docente articule un discurso propio que, seguramente,
rechazará (o no), de manera racional y argumentada (y no como ahora), las
propuestas normativas de ordenación que producen las administraciones, las
dominantes y desprestigiadas opciones psicopedagógicas impuestas retóricamente
años antes y que parecen ser la única verdad didáctica, la forma de tomar las
decisiones en la programación, el tratamiento didáctico de los diferentes
grupos de alumnos y alumnas, etc.
Es imprescindible, desde mi punto de vista,
profesionalizar al máximo la función docente y combatir las pasadas y presentes
aventuras arbitristas de las administraciones. Esta dirección constituirá un elemento
clave que permita aportar energía y crear nueva cultura pedagógica para una verdadera
transformación de la educación. O, como
mínimo, para insuflar un mayor grado de ilusión y de protagonismo del
profesorado para poder llevar a cabo la interesante y gratificante profesión de
enseñar. Sin el profesorado no hay cambio posible.
Joaquín Prats
Publicado en Escuela 14 de febrero de 2013
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