J. Prats. Publicado en Escuela
La comunicación a través de los medios es
fundamental para el buen funcionamiento de nuestra sociedad. A través de estos
medios se generan gran parte de las opiniones y posiciones políticas y sociales
sobre los temas que afectan a la ciudadanía. La comunicación social presupone
la existencia de seres libres y es una condición necesaria para la existencia
de la democracia.
Cualquier tema fundamental que se aborde
en los medios, requiere, por un lado, un tratamiento informativo que haga
posible la formación de opinión y, por otro, facilitar, como tribuna
privilegiada, la participación y la discusión amplia de los sectores que más
tienen que decir sobre la cuestión tratada. En el tema de la educación no suele
ser así. En los últimos tiempos, las
discusiones sobre el sistema educativo han sido catalizadores de posiciones
políticas, ideológicas, emotivas y, en mucha menor medida, reflexiones
rigurosas y meditadas sobre el hecho educativo. En los debates se ha mezclado
la concepción de Estado, la idea que unos tienen sobre los otros, incorporando,
en ocasiones, los más vulgares estereotipos antropológicos, las contradicciones
de los partidos políticos, las presiones de los electorados nacionalistas
(español, catalán, vasco...), los intereses de las burocracias sindicales y los
ajustes de cuentas ante las legislaciones precedentes.
La educación es uno de los temas
que definen, de manera directa y explicita, la interpretación que la sociedad
toma ante los principios de igualdad de oportunidades, cohesión y progreso
social, y participación política. Esta dimensión del tema educativo hace que la
discusión cobre una fuerte presencia en los medios de comunicación. Lo que
podría ser en principio un factor positivo, en la mayor parte de ocasiones, el
tratamiento que se da a los temas no ayuda demasiado a avanzar. Esto es
preocupante ya que la educación requiere consensos sociales y no puede ser un
arma arrojadiza en la pugna diaria de los partidos.
Ejemplos como las interpretaciones
del anual Education of the glance de
la OCDE, sobre los informes del estudio PISA, o sobre los cambios normativos
que impulsan los gobiernos, como el que se inicia ahora, son un buen ejemplo
del bajo nivel informativo y opinativo de la mayor parte de los medios de
comunicación, especialmente los radiofónicos. El fenómeno no es nuevo, un buen
ejemplo fue el debate que suscitó la pretendida reforma de las Humanidades. No
hay más que recordar el “guirigay” que se creó cuando la, entonces ministra Esperanza
Aguirre, intento reformar los programas de historia con el fin de fortalecer,
en la educación de los ciudadanos, su determinada manera de entender la unidad
española. El aspecto externo del debate, sobre todo el que se produjo en
tertulias y diarios, cobró la apariencia de un espectáculo mediático que, desde
mi punto de vista, sirvió, más que para ofrecer luz sobre la cuestión, para
ocultar y ensombrecer las verdaderas claves del problema que se quería tratar.
La mayoría de los intervinientes fueron políticos y periodistas, algún
intelectual, y pocos historiadores independientes. Educadores y profesores
especializados en los temas casi no aparecieron. Sus razonamientos no valían
para el tipo de debate público que se impuso: un debate en el que casi nadie
eligió aliados, sino enemigos, algunos sacados del baúl de los recuerdos
históricos y en el que no se trataron los problemas de educación que se viven
cada día en las aulas. La historia se repite en los temas actuales.
Y es que cada vez más la noticia o
el debate público se convierte en espectáculo alejándose del rigor. Si no hay
un tratamiento espectacular que de más de
relieve los insultos y las descalificaciones de tertulianos y políticos,
que el contraste de ideas y de propuestas, parece que el tema ya no interesa
periodísticamente. Si el tema es tratado con una cierta profundidad, lo que
comporta matices y exposiciones más complejas que el blanco o el negro, la
cuestión se considera de poco impacto y no es apta para ser “vendida” por los
medios que luchan por conseguir más lectores o más audiencia. Como señala el
sociólogo Dominique Wolton, se va, cada vez más, a una televisión
espectáculo antes que una televisión parte de la sociedad. Esta apreciación se
puede extender a otros medios
En los debates mediáticos sobre el
sistema educativo, los que se dedican a la educación participan muy poco y
cuando lo hacen, entran en la lógica del si y el no, de lo bueno o lo
malo. Los educadores (entendido este
colectivo en sentido amplio) no hemos podido -ni sabido- llevar la discusión
educativa al conjunto de la sociedad. El resultado: un gran ruido mediático
cuando se habla de educación y un absoluto silencio teórico que impide ofrecer
a la sociedad los elementos y las claves de los problemas educativos. Problemas
que para ser resueltos exigen una
discusión rigurosa y sosegada. Quizá
esto no sea muy “periodístico”. Se ha producido una confusión entre audiencia y
calidad. A pesar del discurso que
estamos viviendo sobre las maravillas de la sociedad de la información y la
comunicación en un mundo globalizado se produce la paradoja que este discurso
no ha favorecido la lógica del conocimiento. Cuando escucho el mensaje
recurrente de: “Todo va a cambiar en la nueva era de la comunicación; ¡estamos
viviendo una verdadera revolución”, lo que me viene ala cabeza es: “Circulen y vean, no hay nada
en que pensar”.
Joaquín Prats "DISCURSOS RUIDOSOS Y SILENCIO TEÓRICO"
el 4 de octubre de 2012
el 4 de octubre de 2012
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