Cómo hablan los posmodernos
Joaquim Prats. Publicado en Escuela
“Los oscurantistas
son individuos que quieren apagar las luces para robar (...). La amalgama de
tres cuartos de tonterías y un cuarto de ocurrencias corrompidas que estos
hombres difunden (o más bien venden, a todos los efectos) como filosofía, puede
sin lugar a dudas embaucar durante cierto tiempo la niaserie de algunos
contemporáneos (…), mas no puede ocupar seria y permanentemente el lugar de la
filosofía”. Esta frase
de A. Schopenhauer se puede aplicar al estilo lleno de falsos tecnicismos
y complicadas estructuras sintácticas (cuando no de palabras inventadas) con
las que muchos autores de las corrientes posmodernas nos han obsequiado en las
últimas décadas.
Algunos veníamos ya preparados (que no entrenados) cuando nos deshilvanábamos el cerebro para entender a los pioneros en la complicación lingüística como los postestructuralistas, especialmente los marxistas. Leíamos “Para leer El Capital” de Balibar y Althuser, libro que era bastante más complicado que el mismo Capital de Carlos Marx. Escuché en una oposición a una catedra de sociología que, al parecer, los autores de este prontuario de introducción al marxismo, no habían leído la obra de Marx, quizá eso explicaba la evidente confusión del famoso libro de Althuser.
Para nota
era Lacan; mientras que sus defensores afirmaban que dio rigor científico
al psicoanálisis, para sus detractores fue un auténtico charlatán. Recuerdo las
profundas ojeras y semblante perplejo de mis compañeros cuando libraban sus
primeros combates con las obras del escritor francés. Combates en el que es
posible que se produjesen heridas psicológicas irrecuperables. Algunos más
prudentes compraron algunos de los libros que se titulaban algo así como “para
entender a Lacan”. Por lo visto, estos mismos libritos introductorios ya eran
un reto para los esforzados recién licenciados de mi generación. Y es que Lacan
era el adalid del hablar oscuro.
Al parecer, el peculiar estilo lacaniano
respondería a la estructura misma del inconsciente, evidentemente de un
inconsciente muy alambicado. Además, Lacan, como nos explica A. Sokal, tenia
una peculiaridad que le ha hecho relumbrar entre los más insignes disertadores
de esta tendencia. Se trata del interés por los números imaginarios, que
parece confundir con los irracionales; algunos cálculos "algebraicos"
hacen comentar a Sokal que Lacan "se burla del lector", cuando
escribe fragmentos como el que sigue: "Es
así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí
mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta de la imagen
deseada: de ahí que sea el equivalente de sqr(-1) del significado obtenido más
arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la
función de falta de significante: (-1)”. Sin comentarios.
Que las ideas sean expresadas de
manera clara, buscando los conceptos más asequibles no es de recibo para un
posmoderno. Resulta demasiado moderno y realista. El lenguaje posmoderno
requiere de la oscuridad. Y si no se comprende bien, mejor. Por ejemplo, si a
un posmoderno se le interpela en una conferencia diciéndole que no se ha
entendido lo que ha expuesto, la respuesta del conferenciante será algo así
como: “La inestabilidad de su pregunta me deja con varias respuestas con
capas contradictoriales cuya interconectividad no puede expresar la
coherencia logocéntrica que usted busca. Sólo puedo decir que la realidad es
más irregular y que sus representaciones son menos fidedignas de lo que el
tiempo nos permite explorar”. ¿Alguna otra pregunta?” Así lo explica
en un divertido artículo titulado: “Como hablar en posmoderno. Una
guía útil y rápida” el profesor canadiense Stephen Katz. En su escrito nos
ofrece, con gran sentido del humor, reglas para ser tomado como un
posmodernista de tomo y lomo. Por ejemplo, si se quisiese decir que: “los
edificios actuales son alienantes”, el aprendiz de posmoderno introduciría
prefijos, sustituiría las palabras comprensibles por otras mucho más obtusas y
difusas y, muy importante, añadiría guiones, diagonales y
paréntesis. El resultado, dice Katz, podría ser algo así: “Las
pre/post/espacialidades de la contra-arquitectónica hiper-contemporaneidad nos
(re)compromete a una recurrencealidad ambivalente de
antisocialidad/seductividad, un enunciado dentro de un discurso
des/generizado-baudrillardeano de subjetividad granulada”.
Viene al caso recordar aquí, en relación a los lenguajes oscurantistas, la frase de Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”-
Para ser justos debería aclarar que estas
características no deben ser atribuidas a todo aquel que defienda las
posiciones posmodernas, pero es que se debe reconocer que la expresión posmoderno resulta
ambigua, resbaladiza y por momentos contradictoria según el autor que trate el
tema; por ejemplo, no ayuda a precisar el concepto, la definición que ensaya el
propio Lyotard: “Posmodernismo indica
simplemente un estado de ánimo o, mejor dicho, un estado mental”. La
verdad: ¡menos mal que van de capa caída!
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