miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Educar para potenciar la disconformidad o hacer ciudadanos integrados?


LAS ANTINOMIAS DE BRUNER

( J. Prats. Publicado en ESCUELA 14 de marzo de 2013)


Algunas cuestiones, poco explicitas, están en el trasfondo de muchas inquietudes y perplejidades del profesorado. De especial relevancia son las de Jerome Bruner. Las define como las tres antinomias que expresan algunas contradicciones muy presentes en el sistema educativo. Estas antinomias, que se refieren a lo que se enseña y a cómo se enseña, están marcando, de manera destacada, la profesión de enseñar.



La primera de estas antinomias es saber si la educación debe permitir que los individuos desarrollen y operen al máximo de sus capacidades, lo que significa que puedan usar su inteligencia y sus habilidades al completo. Ante esta posibilidad, existe una contraparte antinómica. La sociedad otorga a la educación una función reproductora que debe ser asumida, no 
sólo en los ámbitos culturales, sino también en los económicos, políticos y sociales. Las sociedades occidentales buscan en el sistema educativo una fuerza de trabajo preparada, disciplinada y entusiasta. Ciudadanos que piensen y consideren que el tipo de sociedad de la que son parte constituye la única forma correcta y valida de vivir.

Ambas posibilidades deben ser consideradas con atención. ¿Se puede entender la escolarización como el instrumento para la realización individual que actúe de manera crítica sobre el entorno, y al tiempo, como una formación para la reproducción ideológica que sirva para desarrollar o mantener una cultura? Con algo de ironía, Bruner contesta a esta pregunta con un escueto: “no exactamente”.

La segunda antinomia refleja dos aspectos aparentemente incompatibles de la naturaleza y usos de la mente. Dos perspectivas dignas de ser tenidas en cuenta cuando se toman por separado. La primera proclama que el aprendizaje es puramente intrapersonal por lo que debe ser considerado como intrapsíquico. Cada individuo se apoya en sus propias cualidades intelectivas, progresando al máximo con independencia de lo que lo hagan los demás.

La segunda perspectiva, que es evidentemente antinómica, defiende que toda actividad mental está situada y apoyada en un contexto cultural más o menos facilitador. Recuerden a Vygotsky. Los contextos culturales son, desde esta posición, los que facilitan el desarrollo personal. Por ello, los aprendizajes son inevitablemente interpersonales y se basan en intercambios simbólicos. La colaboración e interacción con los familiares, los profesores, los compañeros y amigos hace posible el avance. ¿Individualismo versus socialización?; llevando esta antinomia hasta sus últimas consecuencias: ¿competitividad versus comprensividad? He aquí un punto de reflexión que sigue siendo muy actual.

La tercera antinomia está muy presente entre los que nos dedicamos a enseñar ciencias sociales. Se concreta en la visión particularista del mundo frente a otra visión más universal. Se trata de determinar según que parámetros y por quien, deben juzgarse las formas de pensar, de construir significado y las formas de experimentar la realidad. Dicho de una manera más directa y cercana a mí especialidad: ¿Quién posee la versión correcta de la historia? La antinomia está en dos de las respuestas más habituales a esta pregunta: Por un lado la que se centra en la experiencia cercana subjetiva y particularista y la ausencia de certidumbres, o lo que es lo mismo, el relativismo. Muy en boga en lo que ha sido el postmodernismo aplicado a los contenidos de la educación.

Por otro lado, la posibilidad de establecer como contenidos educativos el nivel máximo de certeza que nos ofrece el conocimiento científico o lo que en nuestra sociedad es considerado como saber. Acercándome de nuevo a mi especialidad, enseñar una historia que explique y acerque el análisis sobre bases más sólidas: el método científico aplicado al conocimiento del pasado. La realidad histórica (o social) particularista, contada desde un punto de vista no será nunca una explicación global aunque esta explicación sea parte de ésta. Como es sabido, la explicación global no es la suma de la explicación de las partes sino el resultado de un trayecto que incluye teoría y metodología científica. ¿Es esta la perspectiva desde la que hay que enseñar?

Ante estas tres antinomias nos podemos preguntar: ¿Educar para potenciar la disconformidad, o hacer ciudadanos integrados y efectivos en la reproducción de los valores sociales hegemónicos? ¿Individualismo y competitividad, o bien comprensividad? ¿Objetividad y conocimiento acorde con las “certezas”  a las que llegue el conocimiento científico, o subjetivismo y experiencialismo en los contenidos educativos?

“Sería falso, y a la vez pretencioso por mi parte, dice Bruner, que señalara las posiciones que debemos adoptar  ante estas tres antinomias, ya que éstas no tienen, como parece evidente, una solución general. Pero sería insensato no considerarlas ni valorarlas a la hora de reflexionar sobre la tarea de educar e instruir”.

Lo cierto es que necesitamos impulsar el potencial de cada individuo y, al tiempo, mantener y dar estabilidad a la sociedad. “Se debería reconocer el talento natural y diferenciado de los individuos, pero es preciso equipar a todo el mundo con las herramientas suficientes de la cultura”, señala Bruner. Es necesario considerar los particularismos, pero, al tiempo, hay que dotar a los estudiantes de herramientas de análisis social sólidas que sirvan para comprender la realidad y para dotarlos de pensamiento racional y científico. Buena lección la de Bruner.

Joaquín Prats

jueves, 7 de marzo de 2013

Breve historia de cómo se elige el Papa



Breve historia de cómo se elige el Papa




Antes de dimitir, el papa Benedicto XVI restableció el requerimiento, que Juan Pablo II había modificado, de dos tercios de cardenales en el cónclave para la elección de su sucesor. Hasta llegar a este sistema electoral, la Iglesia pasó por azarosas y conflictivas pruebas y errores, en parte provocadas por su renuencia a pensar en términos prácticos y estratégicos sobre una elección que, según la doctrina, debería ser inspirada por el Espíritu Santo.

Inicialmente, el obispo de Roma era elegido como los demás obispos, es decir, por aclamación asamblearia de los fieles. Sin embargo, ya en los tiempos de las catacumbas los desacuerdos en la elección provocaron numerosas protestas, tumultos violentos y cismas. Hasta el siglo XII, al menos 31 antipapas fueron proclamados en pugna con otros ganadores y reconocidos por algunas facciones. En apenas 100 años en torno al año 1000, 12 papas fueron expulsados del trono, 5 fueron enviados al exilio y 5 fueron asesinados. Esta debilidad institucional interna de la Iglesia para elegir a su máximo pontífice dio un papel arbitral a los sucesivos emperadores romano-germánicos, los cuales a menudo nombraron sin más al papa de turno.
La Iglesia solo pudo conquistar una mayor autonomía mediante la adopción de un sistema electoral más efectivo. La primera reforma, en el siglo XI, consistió en eliminar a los fieles y al bajo clero de la elección y ponerla en manos de los cardenales. Sin embargo, la elección continuó siendo concebida como una vía para conocer la voluntad de Dios, por lo que requería una inequívoca decisión por unanimidad. Ante los frecuentes desacuerdos, se intentó dar prioridad a la “parte más sensata y mayor”, lo cual solía significar que los cardenales-obispos se impusieran sobre los cardenales-sacerdotes o los cardenales-diáconos. Pero como los conflictos persistían, el papa Alejandro III decidió establecer, desde 1179, la regla de la mayoría cualificada de dos tercios, aún vigente en la actualidad. El abandono del requerimiento de unanimidad, que había sido identificado con la inspiración divina, y su sustitución por una regla de mayoría cualificada se inspiró en algunos procedimientos de elección de gobernantes usados en la época en varias ciudades italianas, incluido el duque de la República de Venecia.
Fue Celestino V el que impuso en el siglo XIII el encierro de los electores en un cónclave
La regla de los dos tercios permite esperar que el elegido no sea cuestionado por ningún rival creíble, ya que ello requeriría que cambiara de opinión una mayoría de aquellos que hubieran apoyado originalmente al ganador. Esto permitió a la Iglesia postular que también el elegido mediante esta regla reflejaría la voluntad divina. Según dijo el papa Pío II sobre su propia elección: “Lo que se hace por dos tercios del Sacro Colegio está hecho sin duda por el Espíritu Santo, y no cabe oponerse”. La regla de los dos tercios también fue adoptada para las elecciones de obispos por los sacerdotes de la diócesis, que no fueron oficialmente suprimidas hasta principios del siglo XX, y de los abades y abadesas por los monjes y monjas, todavía en vigor.
Sin embargo, la regla de los dos tercios aún requiere un acuerdo muy amplio entre cardenales que, en muchos casos, no han tenido apenas oportunidades de interactuar. Tras numerosas demoras y repetidas vacantes en la Santa Sede de hasta varios años, el papa Celestino V, que no había sido cardenal y era conocido como “el ermitaño octogenario”, impuso, en el siglo XIII, el encierro de los cardenales hasta que tomaran una decisión. Este procedimiento, copiado de varias ciudades italianas y de la orden de los dominicos, vino a llamarse cónclave, del latín con llave. Inmediatamente después de imponer tan drástica medida, Celestino V dimitió, pero esto no le salvó de ser perseguido y encarcelado hasta su muerte por su sucesor.
Durante varios siglos, los cardenales reunidos en el cónclave eran privados de la paga, compartían los aseos, dormían en camastros y veían gradualmente restringida su dieta (a partir del noveno día, a pan, agua y vino). Como puede imaginarse, tenían muchos incentivos para llegar rápidamente a un acuerdo y abandonar el lugar. Una decisión tomada bajo unas condiciones tan apremiantes tendía a ser precipitada y ha sido a menudo inesperada y sorprendente. Los cardenales observaban los resultados de cada ronda y tendían a decantarse hacia los candidatos que aparecieran con mayores probabilidades de ganar, tratando de provocar una bola de nieve a favor de alguno de ellos, lo cual podía dar la impresión de una repentina inspiración colectiva.
Pero ya para el cónclave de hace ocho años Juan Pablo II hizo construir una cómoda residencia para que los cardenales no tengan que dormir en la Capilla Sixtina, lo cual puede facilitar los intercambios de información y las negociaciones. El anuncio anticipado del próximo cónclave también debería ayudar a que el secretismo y las sorpresas tradicionales sean sustituidos por una más amplia discusión eclesiástica y mediática sobre los papables, más parecida a una típica campaña electoral.
 A. Escudero

Nota biográfica sobre Celestino V
De origen muy humilde (los padres eran campesinos y él era el penúltimo de doce hijos), Celestino V fue elegido al trono de Pedro el 5 de julio de 1294 en tiempos muy oscuros para la Iglesia. Renunció poco después, el 13 de diciembre de ese mismo año, al considerar inoportuno dejarse presionar por Carlos d’Angio y por otros empresarios que intentaban aprovecharse de su buena fe.
Capturado en Vieste (sur de Italia) en junio de 1295 mientras intentaba llegar a la ermita de sant’Onofrio, fue entregado al nuevo papa Bonifacio VIII y encarcelado en el castillo de Fumone (Lacio) donde permaneció hasta su muerte en 1296. Tenía 87 años.