ARWU: EL
ORÁCULO
Joaquim Prats
ARWU es el acrónimo de Academic Ranking of World Universities. Como indica Hellen Hazelkorn, el informe que, desde el año 2003, publica la Universidad Jiao Tong de la Republica Popular China, conocido como el ranking de Shanghái, es el que tiene mayor influencia y es más mediático de los trece que
ofrecen una visión planetaria del panorama universitario.
El pasado mes de agosto, los periódicos de nuestro país dedicaron páginas
enteras al comentario del correspondiente al año 2015. Como ocurre con otros
informes, los artículos y noticias se basaban en la posición que ocupaban las
universidades españolas. Con este único dato ofrecían titulares con valoraciones
sobre la calidad y la eficiencia las distintas universidades. Algún articulista
dictaminaba sobre la salud general de nuestro sistema de enseñanza superior sin
más consideraciones que la situación de nuestros centros en la “liga”
universitaria global que es el ARWU.
¿Qué mide
exactamente el Academic
Ranking of World Universities
(ARWU)? El ranking de Shanghái analiza una serie de
indicadores públicos de más de mil universidades, seleccionando las quinientas
que considera mejores. Las cien primeras están clasificadas ordinalmente y el
resto se agrupan en paquetes de cien.
El indicador más
importante es el reconocimiento internacional. Para ello se computa el número
de profesores o alumnos que han ganado un premio Nobel o una de las medallas
Field de investigación matemática, distinción que otorga en su congreso
cuatrienal la International Mathematical Union (IMU). Esta dimensión determina 50% de la valoración en el ranking.
La otra mitad se refiere a datos
bibliométricos: número de artículos publicados en los últimos cinco años en dos revistas: Nature y Science (N&S); este indicador pesa
un 20%. El otro 20% lo constituye el número de artículos indexados en SCI-expanded,
en el SSCI y en HiCi. Y tan solo un 10% mide la productividad media por
profesor.El ARWU no incorpora otros indicadores de calidad habituales en las evaluaciones de las universidades. Tampoco considera la función social en el contexto socioeconómico y cultural en la que se encuentra el centro. Respecto a las disciplinas, sobredimensiona algunas áreas de conocimiento, sobre todo las biomédicas y algunas ciencias experimentales en perjuicio de otras y, sobre todo, de las ciencias sociales que tienen un peso casi inapreciable en el cómputo general.
Con los
indicadores citados la clasificación ofrece un resultado en el que sobresalen
determinados tipos de universidad. Más de la mitad
de las situadas entre las cien primeras son estadounidenses. En la última
edición de ARWU hay tres universidades españolas entre los puestos doscientos y
trescientos: la de Barcelona, la Complutense de Madrid y la Autónoma de Madrid.
Contratando algún premio Nobel, o fusionando algunas universidades pequeñas con
determinadas áreas de investigación potentes se adelantarían muchos puestos en
el ranking. Sin embargo estas medidas
no cambiarían significativamente la calidad de las universidades que lo
hiciesen.
Tercero, no mide la eficiencia docente ni investigadora: pone en el mismo paquete universidades que dedican entre cincuenta mil y cien mil euros por alumno y año (Harvard, MIT, Princeton, Oxford y Cambridge, entre otras) con las que cuentan, como es el caso de las españolas, con presupuestos de alrededor de diez mil euros por estudiante.
Publicado en Escuela 8 de septiembre de 2012