MUJERES EN LA UNIVERSIDAD: HACIA LA NORMALIDAD
Sólo fueron unas cuantas
decenas. Debían esperar en la entrada de la facultad hasta que el bedel las
acompañase al aula. No podían sentarse con el resto de estudiantes, sino en una
silla junto al profesor. Al acabar, nada de comentar en los pasillos, el bedel
las volvía a acompañar a la calle. Para matricularse necesitaban un permiso
especial del Consejo de ministros. Una vez tituladas, no podían ejercer la
profesión.
La situación cambió en 1910: el
gobierno del liberal progresista José Canalejas publicó una orden que permitía
a las mujeres matricularse oficialmente en todas universidades. Aun así, fueron muy pocas las universitarias. Una razón era
que casi no había alumnas en el bachillerato (1%) que era el título necesario
para el acceso a la enseñanza superior. Ya en la República, las aulas
comenzaron a verse nutridas de mujeres, mayoritariamente en Filosofía y Letras.
Nunca pasaron de un 10%. En las escuelas de magisterio (por entonces estudios
no universitarios) ya había un número importante, aunque inferior al de
varones.
La normalización del acceso de
la mujer a universidad se ha producido en los últimos treinta y cinco años. A
mediados de la década de los setenta no llegaban a una tercera parte del estudiantado;
hoy superan el 56%. El porcentaje aumenta ligeramente en los estudios de
postgrado, especialmente en los nuevos masters. Esta distribución (56% alumnas,
44% alumnos) se ha mantenido estable en los últimos diez años, con ligeros
altibajos, y es similar a la de los países europeos de nuestro entorno.
Si bien las cifras globales
muestran una aparente normalidad, existen diferencias en la distribución según
las carreras: las mujeres constituyen la inmensa mayoría (entre el 70% y el
82%) en ciencias de la salud, algunas titulaciones de humanidades, magisterio y
en carreras dedicadas a servicios sociales. En ciencias, hombres y mujeres
están a la par. Todo lo contrario ocurre en las técnicas, especialmente en
ingenierías, en la que los varones constituyen más del 70% del alumnado.
Disminuir el sesgo entre carreras feminizadas y masculinizadas es una
asignatura pendiente.
Los rendimientos académicos de
las mujeres son claramente superiores a los varones. Seis de cada diez
estudiantes (un 61%) que alcanzan el título superior son mujeres. En doctorado
hay un empate técnico: el curso pasado, en Cataluña, el 49% de los nuevos
doctores fueron mujeres.
Las causas más importantes que
explican la vertiginosa incorporación de la mujer a las aulas universitarias han
sido los profundos cambios de la sociedad en los últimos cuarenta años. La
extensión de las clases medias, que identifican el estudiar en la universidad
como un medio de mejora social, ha provocado una afluencia masiva de
estudiantes. Hoy siete de cada diez alumnos proceden de familias cuyos padres
no tienen estudios superiores. Inicialmente el acceso masivo fue protagonizado
por los varones pero, a partir de la década de los ochenta, las familias
enviaron, en igualdad de condiciones, a las hijas.
Hay también un componente
ideológico que considera la educación como una vía de emancipación de la mujer.
Esta idea, defendida desde hace décadas por el movimiento feminista, ha cuajado
en el consciente o el subconsciente de las nuevas generaciones. Este factor
podría explicar también, en parte, el mayor éxito femenino en los resultados
académicos. Deben considerarse también factores demográficos, de estructura del
mercado de trabajo y de madurez democrática de nuestra sociedad.
Pero la normalidad no se ha alcanzado
plenamente si consideramos las distintas proporciones de hombres y mujeres en
los cargos académicos y en los niveles altos del profesorado: el 80% de los
catedráticos son hombres, siendo mujeres menos del 40% del profesorado estable.
Esta circunstancia se debe al lento proceso de relevo de los puestos docentes.
La diferencia a favor de los varones, como señala Inma Pastor, no está
sustentada en una discriminación clara y directa “sino en mecanismos sutiles y
poco explícitos”. El igualar estas proporciones es uno de los últimos pasos que
queda para poder afirmar que hemos alcanzado
la normalidad.
Si el activo más valioso de una
sociedad es el conocimiento, factor que explica el grado de desarrollo social y
económico, el acceso de la mujer a los estudios superiores ha constituido un
paso destacado en esta dirección. Si valoramos la calidad democrática en
términos de igualdad de expectativas sociales y profesionales, la presencia de
la mujer en la universidad, iniciada por aquellas decenas de mujeres que
luchaban por el derecho a aprender, es un avance decisivo que ya es totalmente
irreversible.
Joaquim Prats
Catedrático de la UB y Presidente de AQU Catalunya