La
ciudad educadora es mucho más que una tribu
Joaquín Prats. Publicado en ESCUELA, 8 de Enero de 2012
La frase “Para educar a un niño
se necesita toda la tribu” significa que no es suficiente para este fin el
esfuerzo de la familia y la escuela, ya que la responsabilidad en la educación
se extiende al conjunto de la sociedad.
Probablemente,
el éxito de la expresión viene dado por la imagen de la escuela tradicional que, por
contraste a la abrumadora presencia de la ciudad en nuestra vida cotidiana,
sigue manteniendo la ruralidad como un eje estructurante y transversal de su
discurso. Es la escuela que intenta enseñar el nombre de los vientos, los
animales de la granja o el crecimiento de la judía. La que hace cantar viejas
cancioncillas tradicionales, que celebra añejas festividades de la falsa tradición
reconstruida, que idealiza la vida rural (con influjos tribales) a pesar de la
históricamente demostrada superioridad cívica de lo urbano.
Laia Coma, en su tesis doctoral,
señala que el conocimiento ruralizante es
importante, pero lo es más el conocimiento del medio urbano. “Este es el
espacio, dice Coma, donde los niños se sociabilizan, que transmite a través de
sus organizaciones políticas, económicas y sociales, conceptos tales como la
moral del esfuerzo (…), de la pasión por el conocimiento, del respeto mutuo, de
la solidaridad o de la austeridad”. Aquí deberían añadirse los valores de la
tolerancia, del respeto a lo diferente, de la incorporación de culturas
diferentes y, en definitiva del triunfo del mestizaje social y cultural.
El que imaginó con mayor acierto la
responsabilidad social que debería tener la ciudad en la educación fue Tomás
Campanella. Este dominico heterodoxo, defensor de Galileo, publicó en 1623 una
obra titulada “La Ciudad del Sol”, después de haber pasado veinte años en la
cárcel, acusado de patrocinar una insurrección popular en su Calabria
natal.
En “La Ciudad del Sol”, Campanella
proponia una gran fantasía teocrática en la que el conocimiento
era la base del orden social. La sabiduría debía ser la aspiración de todo
ciudadano, ya que el hombre formado no se dejaría manipular por los ricos y
tradicionales dirigentes de la sociedad a quienes les interesaba tener sumido
al pueblo en la ignorancia para asegurar su dominio. Los habitantes solares deberían vivir conforme a la filosofía (en su sentido etimológico), únicamente sometida a los dictados de la razón, en conformidad con la cual acordaban ceder a la comunidad todos sus bienes, otorgando la responsabilidad educativa al conjunto de la la sociedad y no a las familias. En
la “Ciudad del Sol” tanto los niños como las niñas, terminada la lactancia, pasaban a la custodia de los maestros, comenzando así su instrucción. Este modelo de ciudad educadora
de comienzos del siglo XVII, supone un antecedente, muy radical, de la posición
tradicional de los sectores progresistas que conciben la educación como una
responsabilidad social. En estas visiones, la educación tiene una finalidad
emancipadora y no simplemente reproductora como las que podemos imaginar en
sociedades tribales.
Joaquín Prats